Por Mayra Janett Pérez
Cuenta la historia de un reconocido café-restaurante en el barrio porteño de Recoleta, en Buenos Aires, que tenía un visitante permanente, un cliente muy fiel, alguien que iba prácticamente todos los días y se sentaba siempre en el mismo lugar, en la mesa número 20. Que pasaba horas allí, pensando, reflexionando, escribiendo, y muy seguidamente lo hacía con un colega, al cual todos al reconocerlo, daban vuelta para mirarlo.
En un sitio con capacidad para 700 personas, esa mesa nunca era ocupada por alguien más, los mozos del café, ya conocían su comportamiento, su forma de manejarse, y es por eso que con empatía y complicidad, le reservaban todos los días la misma mesa. Y así esta persona no asistiera al café, ningún otro visitante podía sentarse en esa mesa, por las dudas llegara él.
Decían: “Lo siento, esta mesa se encuentra ocupada caballero…”, “Disculpe, justo esta mesa se encuentra reserva señorita…” repetían una y otra vez los experimentados camareros.
Ese visitante, era nada más y nada menos que Adolfo Bioy Casares, uno de los mejores escritores de habla hispana en el mundo, que nos deleitó con sus literaturas fantástica, policial y de ciencia ficción. Galardonado por sus escritos, con múltiples premios en el mundo, homenajeado incluso con películas, series y hasta calles en su nombre.
¿Quién era su colega? Jorge Luis Borges, uno de los escritores más destacados de la literatura del siglo XX, quien junto a su amigo Bioy publicaron numerosos textos.
Hoy por hoy, en homenaje a él y a su queridísimo compañero, ambos se encuentran sentados en la famosa mesa 20 del Café La Biela. Es, la mesa que está reservada allí hace años, solo para ellos y así lucen… Mesa que es comúnmente visitada por curiosos y admiradores de ambos.